DIARIO DE
UNA COLOSTOMÍA
Hacía apenas un mes que
había aterrizado en Bogotá, Colombia, donde tenía planeado iniciar un nuevo
trabajo a mediados de febrero. Un día nadando noté un cierto escozor al que
asocié al contacto de mi piel con el cloro. No le di mayor importancia hasta
que unas palpitaciones interiores empezaron a molestar el sueño con una cierta
regularidad.
Las dos primeras semanas
de noviembre contactamos con el doctor Liboz, ginecólogo de la alta sociedad
bogotana. Le influí en el diagnóstico al decirle que yo era una nadadora de 4
veces por semana y de 1 km y medio. Me recomendó unos remedios para una posible
infección que acentuaron el dolor. Y después de dos agradables fines de semana
en Villa de Leyva y Cartagena de Indias,
donde las pulsiones internas se hacían insoportables tanto de día como
de noche, decidí volver a su consulta a pesar que su secretaria no quería darme
hora porque no creía que fuera tan urgente. Salí del consultorio con la sonrisa
hipócrita de su secretaria y una receta médica de una crema que me hizo llorar
de dolor cada vez que la aplicaba. Ella parecía muy molesta con mis llamadas
para conseguir hora con el doctor, quizás el problema era que yo, Virginia de
la Guardia, no pertenecía a ese círculo de la alta sociedad bogotana. Nunca más
volví a ver al doctor Liboz pero aún espero, quizás de forma naif, una nota o
una llamada excusándose de no haberme referido a otro médico.
Casualidad o no de la
vida su consultorio se encuentra en la misma planta que el cirujano que más
admiro, el doctor Andrés Muñoz, al que le agradezco que aún esté viva de
momento. Gracias a una amiga y colega del trabajo dimos con la persona idónea
para este tipo de enfermedades, recomendado por otro contacto de la organización
para la que yo trabajaba.
Los días 17 y 18 de
noviembre del 2011 tuve los primeros contactos y el principio de una larga
relación con el doctor Andrés Muñoz, un hombre discreto, de una gran
profesionalidad y sobre todo de una gran humanidad. El 22 de noviembre me
realizaron la primera biopsia para descartar un posible neoplasma anal. El 25
de noviembre me comunicaron los resultados de la biopsia: carcinoma
escamocelular del canal anal. A pesar de ser un cáncer maligno me prometieron
que respondería bien a un tratamiento de quimioterapia y radio.
Cuando mi cirujano
anunció que tendría que someterme a ese tratamiento combinado de quimioterapia
y radio me quedé petrificada. Para mi la palabra quimioterapia tenía un peso
devastador, lo primero que me vino a la cabeza es que me quedaría calva y sin
fuerzas. En cambio no le di tanta importancia a la palabra radio sin saber que
de hecho sufriría mucho más de este tratamiento que de la propia quimioterapia.
Hacía tan sólo dos meses que me había trasladado a esta ciudad con la ilusión de iniciar una nueva vida profesional y personal. Por lo menos había tenido la oportunidad de visitar las bellas ciudades de Villa de Leyva y Cartagena de Indias aunque el recuerdo de esos viajes lo asocio al inicio de unas extrañas palpitaciones que ya presagiaban una grave enfermedad. Sinceramente, en ese momento desconocía las implicaciones que ese cáncer tendría en mi vida en general y durante los meses posteriores a la detección. Al rememorar las diferentes etapas de esta larga lucha me doy cuenta que mi persona ha reaccionado de diferente forma a esta constante carrera de obstáculos.
El 5 de diciembre del
2011 me metí en un túnel desconocido convencida que saldría airosa. La
quimioterapia se inició por la mañana y ya por la tarde me dieron la primera
sesión de radioterapia. Diluviaba en Bogotá y yo me dejaba llevar por los
avances de la ciencia, observando los diferentes aparatos que invadían mi
cuerpo.
A mediados de enero del
2012 se terminó mi primera etapa de tratamiento. Creo que en ese momento
desconocía por completo lo que me depararía el futuro, a saber, una cirugía
mutilante que dejaría importantes cicatrices tanto a nivel físico como a nivel
psíquico. En ese momento disfruté de un bonito viaje a Washington, donde volví
a nadar aunque me quedé helada al observarme en bañador y comprobar que me
había quedado muy delgada.
Este cáncer es
totalmente denigrante debido a su localización y al hecho que uno es consciente
de su ano las 24 horas del día ya sea por el dolor interno (que de hecho
facilita su precoz detección) o por la radio que abrasa sus tejidos. Me tocaba
ahora esperar unos meses antes de realizar la segunda biopsia, para dar tiempo
a los efectos de la terapia combinada. A medida que iba pasando el tiempo y se
acercaba esa prueba la ansiedad fue acrecentándose en mi interior ya que su
resultado determinaría si se había eliminado el cáncer o por el contrario
habría que extirparlo con una cirugía.
Otro bonito viaje a
Leticia, una ciudad selvática colombiana fronteriza con Brasil y Perú marcó una
nueva etapa en esta carrera contra reloj. Recuerdo que estábamos sentados en un
bar en Tabatinga escuchando música al borde del majestuoso río Amazonas. Al día
siguiente me realizaban la primera biopsia después del tratamiento y yo me
dejaba llevar por la música, las luces del exuberante río y de las nubes y
prefería no adelantar los resultados aunque dentro de mi sentía que quizás
había algo que no estaba del todo bien.
De nuevo tenía que
adentrarme en todo ese mundo que temía tanto aunque ya, a esas alturas, era
bien conocido por mi: los preparatorios antes de la biopsia, la sala de espera
del hospital, la temida anestesia general. Y cuando mi cirujano me anunció los
resultados acepté resignada, sin darme cuenta que en realidad mi presente se
había ido abajo y que no habría vuelta atrás. Y sólo existía una solución si
quería salvarme: una cirugía que implicaba extirpar el ano, el esfínter,
reconstruir la vagina, retirar los ovarios y, lo peor, implantar una COLOSTOMÍA
permanente.
Era la primera vez que
oía pronunciar semejante palabra que para aquellos que también desconocen su
significado implica una apertura que se hace en el colon llevándolo a la
superficie del abdomen. De esta forma se eliminan los deshechos y se drenan en
una bolsa de plástico adherida a la piel. La solución a mi problema me pareció
de lo más prosaico. En el futuro tendría que eliminar las heces por el abdomen
y ahí es cuando de nuevo me di cuenta de la importancia de ese miembro de mi
cuerpo que quedaría para siempre eliminado de mi ser: el ano. Los excrementos
cobrarían más importancia que nunca en una lucha por la supervivencia. Necesité
cerciorarme que quizás existía una alternativa y por ello fui en busca de ella
y consulté a varios especialistas que finalmente me confirmaron lo que yo no
quería aceptar. Si quería salvarme tenía que aceptar una colostomía sigmoide
permanente en el costado izquierdo de mi abdomen, un poquito por debajo de mi
ombligo.
Los meses posteriores a
mi operación fueron muy, muy duros a nivel físico debido al constante dolor de
la zona perineal que está llena de terminaciones nerviosas. Sólo altas dosis de
morfina sublingual aliviaban mi dolor y también el apoyo incondicional de mis
amigos. Me costaba tanto cicatrizar que llevó más de 8 meses en cerrarse la
herida. Y justo cuando empezaba a recuperarme murió mi madre de repente (incondicional
amiga mía de muchos años) invadida, también, por un cáncer silencioso que tomó su
cuerpo ya cansado de vivir y luchar. Ya
con un nuevo cuerpo me tocaba entonces la prueba más dura: la aceptación
psíquica de un cuerpo extraño que no quería aceptar simplemente porque me había
cambiado la fisonomía por completo. Mi querido cirujano se refería a mi
asquerosa colostomía como la florecita.
De un poco más le doy una bofetada cuando se refirió por primera vez a ese
indecente orificio rojo protuberante que no me permitía lucir unos jeans bien
ajustados!
El pobre Andrés ejerció,
además de cirujano, de psicólogo, psiquiatra, amigo, enemigo. Una vez ya harta
de tanto dolor físico y psíquico entré enfurecida en su consulta y le grité que
quería morirme, que no me gustaba cómo había quedado a lo que él respondió que
me salvaría. Sí, Andrés me salvó de la locura a pesar de tener que pagar un
alto precio: la maldita “florecita” diseñada por sus manos profesionales.