Monday, June 1, 2015

El cáncer y yo

DIARIO DE UNA COLOSTOMÍA

Hacía apenas un mes que había aterrizado en Bogotá, Colombia, donde tenía planeado iniciar un nuevo trabajo a mediados de febrero. Un día nadando noté un cierto escozor al que asocié al contacto de mi piel con el cloro. No le di mayor importancia hasta que unas palpitaciones interiores empezaron a molestar el sueño con una cierta regularidad. 

Las dos primeras semanas de noviembre contactamos con el doctor Liboz, ginecólogo de la alta sociedad bogotana. Le influí en el diagnóstico al decirle que yo era una nadadora de 4 veces por semana y de 1 km y medio. Me recomendó unos remedios para una posible infección que acentuaron el dolor. Y después de dos agradables fines de semana en Villa de Leyva y Cartagena de Indias,  donde las pulsiones internas se hacían insoportables tanto de día como de noche, decidí volver a su consulta a pesar que su secretaria no quería darme hora porque no creía que fuera tan urgente. Salí del consultorio con la sonrisa hipócrita de su secretaria y una receta médica de una crema que me hizo llorar de dolor cada vez que la aplicaba. Ella parecía muy molesta con mis llamadas para conseguir hora con el doctor, quizás el problema era que yo, Virginia de la Guardia, no pertenecía a ese círculo de la alta sociedad bogotana. Nunca más volví a ver al doctor Liboz pero aún espero, quizás de forma naif, una nota o una llamada excusándose de no haberme referido a otro médico.

Casualidad o no de la vida su consultorio se encuentra en la misma planta que el cirujano que más admiro, el doctor Andrés Muñoz, al que le agradezco que aún esté viva de momento. Gracias a una amiga y colega del trabajo dimos con la persona idónea para este tipo de enfermedades, recomendado por otro contacto de la organización para la que yo trabajaba.

Los días 17 y 18 de noviembre del 2011 tuve los primeros contactos y el principio de una larga relación con el doctor Andrés Muñoz, un hombre discreto, de una gran profesionalidad y sobre todo de una gran humanidad. El 22 de noviembre me realizaron la primera biopsia para descartar un posible neoplasma anal. El 25 de noviembre me comunicaron los resultados de la biopsia: carcinoma escamocelular del canal anal. A pesar de ser un cáncer maligno me prometieron que respondería bien a un tratamiento de quimioterapia y radio.

Cuando mi cirujano anunció que tendría que someterme a ese tratamiento combinado de quimioterapia y radio me quedé petrificada. Para mi la palabra quimioterapia tenía un peso devastador, lo primero que me vino a la cabeza es que me quedaría calva y sin fuerzas. En cambio no le di tanta importancia a la palabra radio sin saber que de hecho sufriría mucho más de este tratamiento que de la propia quimioterapia.

Hacía tan sólo dos meses que me había trasladado a esta ciudad con la ilusión de iniciar una nueva vida profesional y personal. Por lo menos había tenido la oportunidad de visitar las bellas ciudades de Villa de Leyva y Cartagena de Indias aunque el recuerdo de esos viajes lo asocio al inicio de unas extrañas palpitaciones que ya presagiaban una grave enfermedad. Sinceramente, en ese momento desconocía las implicaciones que ese cáncer tendría en mi vida en general y durante los meses posteriores a la detección. Al rememorar las diferentes etapas de esta larga lucha me doy cuenta que mi persona ha reaccionado de diferente forma a esta constante carrera de obstáculos.

El 5 de diciembre del 2011 me metí en un túnel desconocido convencida que saldría airosa. La quimioterapia se inició por la mañana y ya por la tarde me dieron la primera sesión de radioterapia. Diluviaba en Bogotá y yo me dejaba llevar por los avances de la ciencia, observando los diferentes aparatos que invadían mi cuerpo.

A mediados de enero del 2012 se terminó mi primera etapa de tratamiento. Creo que en ese momento desconocía por completo lo que me depararía el futuro, a saber, una cirugía mutilante que dejaría importantes cicatrices tanto a nivel físico como a nivel psíquico. En ese momento disfruté de un bonito viaje a Washington, donde volví a nadar aunque me quedé helada al observarme en bañador y comprobar que me había quedado muy delgada.

Este cáncer es totalmente denigrante debido a su localización y al hecho que uno es consciente de su ano las 24 horas del día ya sea por el dolor interno (que de hecho facilita su precoz detección) o por la radio que abrasa sus tejidos. Me tocaba ahora esperar unos meses antes de realizar la segunda biopsia, para dar tiempo a los efectos de la terapia combinada. A medida que iba pasando el tiempo y se acercaba esa prueba la ansiedad fue acrecentándose en mi interior ya que su resultado determinaría si se había eliminado el cáncer o por el contrario habría que extirparlo con una cirugía.

Otro bonito viaje a Leticia, una ciudad selvática colombiana fronteriza con Brasil y Perú marcó una nueva etapa en esta carrera contra reloj. Recuerdo que estábamos sentados en un bar en Tabatinga escuchando música al borde del majestuoso río Amazonas. Al día siguiente me realizaban la primera biopsia después del tratamiento y yo me dejaba llevar por la música, las luces del exuberante río y de las nubes y prefería no adelantar los resultados aunque dentro de mi sentía que quizás había algo que no estaba del todo bien.

De nuevo tenía que adentrarme en todo ese mundo que temía tanto aunque ya, a esas alturas, era bien conocido por mi: los preparatorios antes de la biopsia, la sala de espera del hospital, la temida anestesia general. Y cuando mi cirujano me anunció los resultados acepté resignada, sin darme cuenta que en realidad mi presente se había ido abajo y que no habría vuelta atrás. Y sólo existía una solución si quería salvarme: una cirugía que implicaba extirpar el ano, el esfínter, reconstruir la vagina, retirar los ovarios y, lo peor, implantar una COLOSTOMÍA permanente.

Era la primera vez que oía pronunciar semejante palabra que para aquellos que también desconocen su significado implica una apertura que se hace en el colon llevándolo a la superficie del abdomen. De esta forma se eliminan los deshechos y se drenan en una bolsa de plástico adherida a la piel. La solución a mi problema me pareció de lo más prosaico. En el futuro tendría que eliminar las heces por el abdomen y ahí es cuando de nuevo me di cuenta de la importancia de ese miembro de mi cuerpo que quedaría para siempre eliminado de mi ser: el ano. Los excrementos cobrarían más importancia que nunca en una lucha por la supervivencia. Necesité cerciorarme que quizás existía una alternativa y por ello fui en busca de ella y consulté a varios especialistas que finalmente me confirmaron lo que yo no quería aceptar. Si quería salvarme tenía que aceptar una colostomía sigmoide permanente en el costado izquierdo de mi abdomen, un poquito por debajo de mi ombligo.

Los meses posteriores a mi operación fueron muy, muy duros a nivel físico debido al constante dolor de la zona perineal que está llena de terminaciones nerviosas. Sólo altas dosis de morfina sublingual aliviaban mi dolor y también el apoyo incondicional de mis amigos. Me costaba tanto cicatrizar que llevó más de 8 meses en cerrarse la herida. Y justo cuando empezaba a recuperarme murió mi madre de repente (incondicional amiga mía de muchos años) invadida, también, por un cáncer silencioso que tomó su cuerpo ya cansado de vivir y luchar.  Ya con un nuevo cuerpo me tocaba entonces la prueba más dura: la aceptación psíquica de un cuerpo extraño que no quería aceptar simplemente porque me había cambiado la fisonomía por completo. Mi querido cirujano se refería a mi asquerosa colostomía como la florecita. De un poco más le doy una bofetada cuando se refirió por primera vez a ese indecente orificio rojo protuberante que no me permitía lucir unos jeans bien ajustados!


El pobre Andrés ejerció, además de cirujano, de psicólogo, psiquiatra, amigo, enemigo. Una vez ya harta de tanto dolor físico y psíquico entré enfurecida en su consulta y le grité que quería morirme, que no me gustaba cómo había quedado a lo que él respondió que me salvaría. Sí, Andrés me salvó de la locura a pesar de tener que pagar un alto precio: la maldita “florecita” diseñada por sus manos profesionales.